miércoles, 20 de junio de 2012

Tale I.



El escenario se encontraba desierto. La tenue luz de los faros, o de los que aún conseguían mantenerse en funcionamiento, proyectaban fantasmagóricas sombras por entre restos de decorado y los espejos rotos. Amplios cortinajes aterciopelados caían desde bastidores hasta el tablado. El polvo flotaba, atemporal, ahogando, con la fuerza de lo inmutable, todos los artilugios que se hallaban desperdigados por la gran sala; vieja gloria de la arquitectura art-decó. 

Y allí yacía él, agazapado en un oscuro rincón. Tratando de extraer una esquirla de su rostro. Tratando de encontrar ese fragmento de máscara, que tras tanto tiempo se había fundido a él. Eones de impía y desfigurada simbiosis. Una tibia gota de sangre resbaló por su mentón, para colarse por entre sus dedos y morir sobre su impecable traje. Logró separar de sí mismo una fina capa de piel. Con esmero tiró de ella, como el que trata de arrancar delicadamente una flor de la tierra. La sangre fluyó jugosa cuando por fin extirpó su alma. Y tras eones consiguió sacar fuerzas para mirarse; ver su verdadero rostro. Y se observó en un fragmento de espejo. Pero sólo vio oscuridad; un rostro vacío, negro, sin rasgo alguno. Sólo dos pequeños orificios níveos, minúsculos y esféricos; a la altura de los ojos. 

... tarde o temprano tendría que cambiar de máscara.

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Jack

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