El escenario se encontraba desierto.
La tenue luz de los faros, o de los que aún conseguían mantenerse en funcionamiento,
proyectaban fantasmagóricas sombras por entre restos de decorado y los espejos
rotos. Amplios cortinajes aterciopelados caían desde bastidores hasta el
tablado. El polvo flotaba, atemporal, ahogando, con la fuerza de lo inmutable,
todos los artilugios que se hallaban desperdigados por la gran sala; vieja
gloria de la arquitectura art-decó.
Y allí yacía él, agazapado
en un oscuro rincón. Tratando de extraer una esquirla de su rostro. Tratando de
encontrar ese fragmento de máscara, que tras tanto tiempo se había fundido a él.
Eones de impía y desfigurada simbiosis. Una tibia gota de sangre resbaló por su
mentón, para colarse por entre sus dedos y morir sobre su impecable traje. Logró
separar de sí mismo una fina capa de piel. Con esmero tiró de ella, como el que
trata de arrancar delicadamente una flor de la tierra. La sangre fluyó jugosa cuando
por fin extirpó su alma. Y tras eones consiguió sacar fuerzas para mirarse; ver
su verdadero rostro. Y se observó en un fragmento de espejo. Pero sólo vio
oscuridad; un rostro vacío, negro, sin rasgo alguno. Sólo dos pequeños
orificios níveos, minúsculos y esféricos; a la altura de los ojos.
... tarde o temprano tendría
que cambiar de máscara.
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Jack
Jack
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