jueves, 14 de junio de 2012

Si yo fuera vuestro vampiro

Si yo fuera vuestro vampiro… ¿Por qué habría de amaros durante la exhalación de una noche, cuando podríais beber de mi sangre y ser eternamente mía? ¿Qué razón habría de sobreponerse a mi voluntad, y en presuntuoso ardid, impedirme poseeros más allá de la palidez del crepúsculo? ¿Y vos? ¿Quién podría ya lidiar con vuestra recién adquirida sed más que el vampiro del trono del cuervo?

Anhelaríais a cada instante embriagaros con el perfume de mi piel, con la tenue calidez de mis labios. Ambicionaríais mi mordisco, y la estridente excitación que os provocaría su incisión… Sentiríais en vuestro agitado cuerpo la imperiosa necesidad de postraros ante mí otra noche más; el deseo de sentirme dentro de vos. ¿No acabaríais, sin mí, lamentablemente sumida en profundas y húmedas ensoñaciones,  propias de la más turbia demencia? Decidme si existiría quien pudiese paliar de nuevo siquiera una parte de vuestra ansia.  Decidme quién; decidme quién mitigaría ya, con el esmerado uso de las más prohibidas artes, vuestra elevada y libidinosa apetencia. 

Si yo fuera vuestro vampiro… habría de haber ascendido desde dentro de mis entrañas, resurgiendo desde la podredumbre de mi cuerpo yerto. Habría renacido para vos, bañado en tibias gotas de sangre que esperarían ser saboreadas por entero. Pero aguardarían ese momento dentro de mí, dentro de la pasajera ampolla que atesoraría la llave de mi eterno vínculo con vos.

Danzaría por entre las sombras, recogiendo las porciones más sublimes de deseo. Tomaría una bocanada de nocturna negrura para sumirme en mi letargo. Pues cuanto más ampliamente durmiese, más despierto soñaría. Me sumergiría en manantiales oníricos, allí donde fluyen la luz de luna y la algidez glacial. Purgaría mi cuerpo marchito de  tierra, vida y muerte. Me habría preparado para absorber la cálida textura de vuestra piel desnuda. Yaceríais otra noche más envuelta en luctuosas tinieblas.
La hora llegaría puntual, para perderse cual  suspiro al viento entre un mar de hojas otoñales, y mi reloj de muñeca, antiguo símbolo extinguido, pararía sus agujas con aspereza, marcando el momento en el que habríais de susurrar a la noche por mí.

Suspiraríais hacia el infinito, llamándome en silencio. Y yo acudiría siempre a arroparos, a calmar vuestra pena. Os encontraría, semidesnuda, sumergida en un mar de sábanas blancas. Aquella cálida habitación recibiría mis pasos, nacidos de aquella ventana tan convenientemente abierta, con quejumbrosos crujidos bajo las tablas de oscuro roble. Vuestra mansión me recibiría cortésmente, y vos lo haríais excitada y húmeda. Una ráfaga de viento inundaría los pliegues de vuestro corpiño, enredándose por entre las finas puntillas, enmarañándose a vos cual silencioso lazo de seda; inmovilizándoos ante mi presencia. 

Ahogaríais un grito, y os incorporaríais súbitamente. Las  sábanas  se deslizarían por vuestro busto y vuestros pechos, dejando entrever un esbelto cuerpo de mujer. La leve marca de unos pezones duros sobre vuestro sostén os delataría… Y vuestro centro comenzaría a agitarse, vuestro libido se dispararía. Pero no os otorgaría la concesión de saciar vuestros más oscuros deseos aún; antes os haría mía.

Practicaría un fino corte en mi muñeca, y con lujuria, de mi sangre beberíais.

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