jueves, 24 de mayo de 2012

No eres ningún Héroe


No eres ningún héroe.

Buscas el oro y la gloria a fuerza de espada y conjuro. Tratas de endurecerte entre la sangre y los despojos de los débiles;  cabalgando entre las tinieblas, derrotando a las hordas de enemigos que osaron atacarte, pero no eres ningún héroe.  Los demonios acuden a por ti cada noche y se introducen en tu mirada, congelan tu aliento y erizan el vello de tu piel. Ahora solo te quedan tus viejos vaqueros desgastados, tu cazadora de cuero y  aquella medio vacía botella de whisky. 

Trataste de adentrarte en los rincones más oscuros de tu corazón, y derrotar al gran dragón escarlata que dominaba tu cuerpo; arrancando de ti la fuerza y la violencia necesaria para derrocar a tus demonios. Pero jamás hubo ningún dragón, y en aquella caverna nunca hubo sino el denso vapor que llenaba tus pulmones de ponzoña. Y habías de caer desmayado; pues no eres ningún héroe. La única arma que utilizaste fue aquella navaja automática, que un día robaste a tu padre, de su escritorio. 

Quisiste forjar tu propia espada, y remachar tu propio escudo, formando una armadura capaz de soportar el más feroz de los ataques. Pero olvidaste quien era el enemigo, y trataste a tus aliados con desprecio, arrojándolos a los abismos de tu corazón. Y sólo conseguiste ensangrentar tu espada, con la sangre de tu sangre; y tu armadura se oxidó. Y te encontraste desnudo. Trataste de huir.

Empapaste tu antorcha con whisky, y comenzó a arder. Caminaste hacia el interior del laberinto, tratando de buscar la entrada a las catacumbas; arrastrando junto a ti el peso de los aliados a los que asesinaste, para poder darles un entierro justo. Pero no eres ningún héroe. Y cuando creíste encontrar el indicio de una puerta abriste los ojos, y contemplaste el techo de tu habitación; los posters de tus cantantes favoritos te miran desde la pared y la resaca hace palpitar tu sien.

Abandonaste tu morada enojado, abandonado por tus dioses, reprochado por tu amor y repudiado por tus enemigos. Pero no caíste cuando trataron de pisarte, pues buscabas el palacio de la luna; y en las oscuras noches podías ver el vapor de tu aliento ascendiendo hacia las estrellas. El licor embriagaba tus sentidos y flotaba en la noche, cuando las guitarras tronaban y respirabas la blanca nieve. Pero después viste el  amanecer y te cegó los ojos. Resecó el vómito de tu cazadora de cuero; después comentaste a caminar.

Y ahora no ves más que sombras que reflejan su negrura sobre tu camino, y sabes cuan amargos son tus pasos. Entre trago y trago miras hacia delante, tratando de vislumbrar a ese al que nunca más veras, tratando de encontrar a todos aquellos que dejaste atrás. Y recuerdas de nuevo que fuiste tú quien eligió ese camino, por el que el que nadie te obligo a caminar.

 Perdiste a muchos compañeros de viaje, y ahora no tienes a tu alrededor más que a tus demonios, aquellos que siempre temiste, aquellos que siempre te hicieron compañía.  Nunca lograste escapar de ellos y nunca los olvidaras. Pero no eres ningún héroe.  Lo libros que leíste de joven contaban que había tesoros por ganar en las profundidades de la tierra, pero tú jamás los encontrarás.

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