domingo, 20 de mayo de 2012

Essem-Dra

Buscaste la luz al fondo del serpenteante pasadizo excavado en roca. Y por fin, sentiste el sonido hueco de tus pasos adentrándote en el atrio de aquel luctuoso templo subterráneo. Fuiste  capaz de oír el sonido del agua repiqueteando contra el suelo; resonando por entre las estalactitas y las paredes arcillosas. Pero no ahogaste tu sed con el fresco fluir de aquellos muros, pues continuabas adentrándote, absorto en pensamientos que transcendían tu entendimiento. La buscabas; y ahora tu mente no responde, pues pertenece a Essem-Dra. 

La luz de tu antorcha danzaba para tus ojos, retorciéndose por cada rincón, creando un sinfín de sombras que no eras capaz de discernir;  sombras que te acompañaron por las sinuosas galerías subterráneas. Y sólo conseguiste atraer hacia ti pensamientos que evadieron tu mente para atravesar ignotos planos etéreos. Y las brumas se apoderaron de tu mermada cordura.

Rozaste con tu temblorosa mano las ásperas columnatas, que mantuvieron en pie la gran bóveda de Balth desde hace eones; y ya no sientes sino el hipnótico asombro ancestral ante la regia majestuosidad de aquel templo; pues, ahora ya, tu mente no te pertenece; ahora obedece a Essem-Dra.

 Contemplaste los surcos de los adarves, y los impíos camafeos; tallados bajo atávicas y esmeradas  glípticas. Movido por algún antiguo instinto, comenzaste a caminar con incuestionable celeridad. Serpenteaste con amplias zancadas las dantescas esculturas. Y ellas te observaron, inmóviles desde los pedestales sobre los que siempre reposaron. Pero no detuviste tus pasos tratando de desentrañar cuan extraños seres representan aquellas tallas, pues para algún fragmento de ti siempre fueron ampliamente conocidos.

Cruzaste bajo los arcos del patio de Mhis Srham, buscando con obsesiva desesperación los grandes portones de hierro. Y los encontraste ante tus ojos, pues siempre estuvieron entreabiertos, esperándote. Conseguiste atravesar la sala orbicular desechando tus temores; afianzando con rectitud tus renqueantes pasos. Y por fin alzaste la vista ante los magnánimos portones, que, con un gemido, te mostraron las escaleras por las que debías descender. Y no dudaste en hacerlo, pues ahora ya, tu mente no lucubra, pues ya sólo lucubra para Essem-Dra. 

No dudaste en retirar tu capucha de entre tus enmarañados cabellos, pues percibiste su tenue susurro, emergiendo de las profundidades de la tierra. Y advertiste, turbado, el sinuoso incienso que emanaba de la negrura. Tu mente se pobló de ancianas evocaciones de un pasado refulgente, perdido desde hace demasiado tiempo, repleto de la luz de Balth; elucubraciones que siempre se ocultaron, titilantes, en algún lugar de tu decrépita consciencia. Pero debías continuar, y acelerar tus pasos. La sangre se derramó por tu rostro cuando caíste y rasgaste tu piel con la fría piedra. Pero no sentiste  ya un dolor que no fue para ti sino un tibio fluir que alivió tu esencia. 

Caminaste por interminables pasadizos, perdido en ocasiones ante un mar de incienso y roca, de tan densa negrura, que temiste haberte extraviado de tu senda. Pero hubo de llegar el momento en el que por fin encontraste el núcleo de Essem-Dra. Tus pasos te llevaron a su templo. Y allí estaba ella, alzada sobre regios poltrones dorados. Y se te permitió observarla. Inmóvil, atemporal y eterna, como si de un innominable sueño se tratase; como si se unieran el cielo y la tierra.

Essem-Dra, la diosa escamada. Sus ojos, escarchados, proyectaban ponzoñosos halos añil e índigo. Y no fuiste capaz de apartar tu mirada de ella. Y te arrodillaste ante su divinidad. Su esbelto cuerpo de mujer, fulguraba con la fuerza de cien soles, y los cientos de escamas que cubrían su cuerpo desnudo te cegaron, pues el reflejo de los halos de luz helada flotaban por su cubil de piedra. Soltaste tu antorcha, que agonizo su flama en la ambrosia que bañaba los pies de tu diosa. La luz y la oscuridad se fusionaron, permitiéndote ver todo aquello que siempre anhelaste. Toda la sala parecía girar en torno a ella. Las partículas de polvo, rutilantes, parecían acariciar su antiguo y joven busto. Y te uniste a los elementos, acariciando sus senos con tu mirada, admirando con fanática obsesión sus curvas y su cristalizado rostro. 

Y se te permitió sentir de nuevo. Y trataste de extraer una escama de su perfecto rostro. Una tibia gota de sangre resbaló por su mentón, para colarse por entre sus pechos y morir sobre su impecable centro. Y de su vientre nació una serpiente de dorado éter que se enroscó delicadamente sobre su cuello…formando un sinfín de círculos concéntricos, que te trajeron luz, pero se convirtieron en tu más oscuro tormento.

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