No eres ningún héroe.
Buscas el oro y la gloria a fuerza de
espada y conjuro. Tratas de endurecerte entre la sangre y los despojos de los
débiles; cabalgando entre las tinieblas,
derrotando a las hordas de enemigos que osaron atacarte, pero no eres ningún
héroe. Los demonios acuden a por ti cada
noche y se introducen en tu mirada, congelan tu aliento y erizan el vello de tu
piel. Ahora solo te quedan tus viejos vaqueros desgastados, tu cazadora de
cuero y aquella medio vacía botella de whisky.
Trataste de adentrarte en los rincones
más oscuros de tu corazón, y derrotar al gran dragón escarlata que dominaba tu
cuerpo; arrancando de ti la fuerza y la violencia necesaria para derrocar a tus
demonios. Pero jamás hubo ningún dragón, y en aquella caverna nunca hubo sino
el denso vapor que llenaba tus pulmones de ponzoña. Y habías de caer desmayado;
pues no eres ningún héroe. La única arma que utilizaste fue aquella navaja
automática, que un día robaste a tu padre, de su escritorio.
Quisiste forjar tu propia espada, y remachar tu propio
escudo, formando una armadura capaz de soportar el más feroz de los ataques.
Pero olvidaste quien era el enemigo, y trataste a tus aliados con desprecio,
arrojándolos a los abismos de tu corazón. Y sólo conseguiste ensangrentar tu
espada, con la sangre de tu sangre; y tu armadura se oxidó. Y te encontraste
desnudo. Trataste de huir.
Empapaste tu antorcha con whisky, y comenzó a arder.
Caminaste hacia el interior del laberinto, tratando de buscar la entrada a las
catacumbas; arrastrando junto a ti el peso de los aliados a los que asesinaste,
para poder darles un entierro justo. Pero no eres ningún héroe. Y cuando
creíste encontrar el indicio de una puerta abriste los ojos, y contemplaste el
techo de tu habitación; los posters de tus cantantes favoritos te miran desde
la pared y la resaca hace palpitar tu sien.
Abandonaste tu morada enojado, abandonado por tus
dioses, reprochado por tu amor y repudiado por tus enemigos. Pero no caíste
cuando trataron de pisarte, pues buscabas el palacio de la luna; y en las
oscuras noches podías ver el vapor de tu aliento ascendiendo hacia las
estrellas. El licor embriagaba tus sentidos y flotaba en la noche, cuando las
guitarras tronaban y respirabas la blanca nieve. Pero después viste el amanecer y te cegó los ojos. Resecó el vómito
de tu cazadora de cuero; después comentaste a caminar.
Y ahora no ves más que sombras
que reflejan su negrura sobre tu camino, y sabes cuan amargos son tus pasos.
Entre trago y trago miras hacia delante, tratando de vislumbrar a ese al que
nunca más veras, tratando de encontrar a todos aquellos que dejaste atrás. Y
recuerdas de nuevo que fuiste tú quien eligió ese camino, por el que el que
nadie te obligo a caminar.
Perdiste a muchos compañeros de viaje, y ahora
no tienes a tu alrededor más que a tus demonios, aquellos que siempre temiste,
aquellos que siempre te hicieron compañía. Nunca lograste escapar de ellos y nunca los
olvidaras. Pero no eres ningún héroe. Lo
libros que leíste de joven contaban que había tesoros por ganar en las
profundidades de la tierra, pero tú jamás los encontrarás.