Mira allá en la lejanía, allí donde se
funde la realidad con tus sueños y anhelos; allí donde la luz resplandece. Y observa
como cae el sol sobre tu horizonte. Respira el olor de la noche creciente, cuyos
lánguidos lazos comienzan a trepar sobre ti. Y harías bien en saborear el dulce
aroma de la oscuridad que comienza a rodearte; pues es un sublime néctar, cuyos
delicados matices no son apreciados por muchos. Pero sobretodo no te olvides de acercarte. No incumplas tu
promesa. No falles al deber. No te falles a ti mismo. No olvides acercarte al abismo.
Contempla su infinita negrura. Observa
los enredados restos de niebla que se agrupan a sus pies, en algún ignoto fondo,
alejado eones de aquel risco; tu superficie. Pero ahora no es momento de temer.
Ve al borde del precipicio y salta.
Sentirás como unos últimos fragmentos
de tierra firme se adhieren a tus pies descalzos. Y se formará tras de ti un fino
rastro de tierra, polvo y lágrimas. No
volverás atrás tu vista, y no la mantendrás sino enfocada en la negrura hacia
donde te diriges. El espeso manto de brumas hacia el que te lanzas en inminente acto de osadía.
Experimentarás el aterciopelado danzar
del aire, arremolinándose en torno a tu cuerpo desnudo. Moviéndose con
celeridad alrededor de tus cabellos, acariciando tu torso, danzando por entre
tus dedos; erizando el vello de tu piel. Y saborearás la libertad de tu salto, el
albedrío de tu singular prolapso; el dejo
de tus diablos, el aroma de tus miedos.
Has de saber que habrá momentos en los
que la confusión impere tu mente, y no sepas si flotas o vuelas, si caes o
planeas. Instantes en los que las sombras, rutilantes, se concentren en torno a
ti; y dudes.
Sucumbirá tu aún frágil carne al temor
a no volver a ver la luz. Y tibias lágrimas de dolor y miedo surcarán tu rostro,
pero el viento se las llevará. Se deslizarán por tu cuerpo, recorrerán tus
muslos, y desembocarán por los dedos de tus pies hacia piélagos del mar de aire
que dejas a tu paso. Desaparecerán diluidas en el infinito.
Habrás de acelerar entonces tu caída, pues
tratarás de despojarte de tus miedos deprisa.
No será sino la velocidad que adquiera tu cuerpo cayendo la que evite el temor
de tu mirad, la que enturbie tu mente y haga embalar tu vida. Una carencia
total de nitidez mermará tus sentidos, y no podrás hacer otra cosa sino aceptar
tu destino
He de aconsejarte y decirte que deberás
cerrar los ojos, pues ya no te servirán más abiertos, y en ese momento serás
conocedor de tu luz; sentirás tu cuerpo arder, con la dulce deflagración del
que ya nada teme. Serás cometa ígneo, avatar de la ceniza yerta y del nuevo fuego.
Frágil carne y regenerador deseo.
Sentirás conforme vas cayendo, como tu
fin se acerca y se aproxima tu comienzo. Y ya no temerás el impacto; dominarás
tu descenso. Perforarás con tus ennegrecidas uñas tu espalda, y mudarás tu piel
al viento. De tu erguida espalda surgirán dantescas alas ocres, ligeras y etéreas, pero tenaces como el acero.
El abismo temblará ante tu magnánimo
aleteo. El tiempo obedecerá, y tu caída se decelerará hasta que seas su dueño.
Y habrá de llegar el momento en el que seas el señor del abismo, y navegues por
su infinita longitud, saciando tus anhelos. Podrás entonces, acceder de nuevo a la superficie
que una vez dejaste atrás. Pero ahora eres un ser alado, y la luz y la negrura
se arremolinan ya, a tus pies, arrodillándose en el suelo.
Recuerda entonces, y no olvides nunca.
Ve al borde del precipicio y salta.
Constrúyete las alas mientras caes.